La cuestión de fondo es la siempre compleja relación entre el mundo de la cultura y el poder administrativo. En el actual panorama cada vez más sólo hay espacio para una cultura oficial y subvencionada. Se monetiza la cultura, que pasa a ser poco más que una partida presupuestaria. Esta situación, que quizá en parte responda a una verdadera preocupación por el patrimonio artístico y creativo como vía de expresión de las inquietudes de la sociedad, por otra parte supone una simplificación que elude abordar la verdadera complejidad del asunto.
En una de sus intervenciones el alcalde vino a decir 'que se alquilen un local y les daremos algo de pasta'. Con estas palabras Azkuna no sólo ha vuelto a subrayar la postura de mecenazgo institucional para canalizar el asunto, sino que también pretende echar por tierra la legitimidad de las aspiraciones de los vecinos de Rekalde en mantener un símbolo importante y significativo para la comunidad, tanto por las actividades que acoge como también como generador de identidad y cohesión dentro de uno de los barrios menos afortunados de un Bilbao que se ha transformado y reinventado en el centro, descuidando su periferia.
La cuestión de forma tiene que ver con el triste desenlace de los acontecimientos. Y es que, como casi todo por aquí, el asunto se ha politizado. Lo cual no sería tan malo si no fuera porque política y violencia siguen yendo de la mano. Todos hemos visto las imágenes, cada cual que extraiga sus propias conclusiones. Tanto una parte como otra se han apresurado a descalificar los medios empleados por la otra, sin lamentar la violencia generada, ni el daño causado al barrio de Rekalde y a su dignidad, el gran perjudicado en esta historia que durante tiempo recordará tristemente los hechos ocurridos la pasada semana.
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